La clave del éxito: la infancia como punto de partida
A diario vemos personas que consiguen lo que quieren, se propongan lo que se propongan. En lugar de lamentarnos porque nosotros no somos los triunfadores, vamos a ponerle remedio. No sólo eres capaz de acariciar tus sueños, sino de abrazarlos con fuerza y disfrutar de ellos. Así que no te centres únicamente en la rutina de la supervivencia y elige vivir, gozar de todo aquello que quieres y lograr ser la persona que siempre anhelaste.
Venimos de vidas pasadas y aquellas vivencias están presentes en nosotros, al igual que los momentos difíciles de nuestra infancia u otras experiencias negativas. Pero nada de eso se impondrá a tu mente, pues será su proyección lo que determine tu futuro. Y es que, igual que somos lo que comemos, de la misma manera, somos lo que pensamos. Así que enfréntate a tus miedos de forma positiva porque las cosas no tienen por qué estancarse. Todo puede cambiar, todo puede mejorar. Y la respuesta está en ti. De hecho, somos la única especie del universo que dispone al 100% de nuestro libre albedrío, el que va a hacer que seamos todo aquello que queramos ser. Porque podemos alcanzar nuestras pretensiones con la fuerza de la mente, uno de los factores indispensables en la consecución de nuestros éxitos.
Nuestra vida alcanzaría otro prisma si desde la infancia nos educaran de manera más espiritual.
No olvidemos que los tres primeros años en la existencia de un ser humano resultan fundamentales en la elaboración de su personalidad. Más tarde, serán las vivencias las que marquen su carácter. Aterrizamos vírgenes al mundo, inocentes e ignorantes en cuanto a las energías negativas, con lo que el trabajo de nuestros padres desde nuestra más tierna infancia tendrá consecuencias en nuestro futuro. De hecho, ellos moldean nuestro devenir, así que la educación es otra de las claves del éxito. Por ejemplo, tendríamos juventudes mucho más sanas con una clase semanal de relajación en las escuelas. Sin preocuparnos por esas enseñanzas, obtendremos generaciones perdidas, como los hijos de los 60 y 70, criados entre temores, alarmas y miedos.